Adónde van las cosas y los días. Este misterio de la vida que se hace vértice en instantes para desaparecer como un sueño, absurdas pesadillas. Adónde la metafísica de todas las palabras, los hechos, navegantes a la deriva; el sufrimiento que nos arrastra por los suelos y levanta su espuma, de nada.
Adónde estas manos que sostienen la debilidad, el insomnio y buscan como si de un mar se tratase, entre las aguas, esa flor que no existe, flor de luz y agua, el azul de los amantes.
Adónde todo aquello que no ya no existe y quejoso mi lamento es aire, una divagación, volumen. Sin embargo estás ahí, en el pensamiento de la mañana sin ser horizonte, una puerta donde entrar, el sueño blanco de alguien que da pasos ensimismados, hinópticos, sintiendo la furia del presente.
Una mujer se desnuda en alguna parte y hay un silencio de bosques, la mutación de la mirada en luz, un universo que gira y absorbe toda la desesperación, las servidumbres, para dejarnos solos en la intimidad de dos, olores que se buscan en la dulce juntura de tu cuello, el pelo suelto, el pequeño mar intermedio de las miradas, nuestras manos buscándose o los labios, esa lenta caída donde anochece de pronto, en profundas, nocturnas corolas.